QUERER NO ES PODER

ILUSTRACION ANA FERNANDEZ

La cabecera digital con que Forbes pulula en Internet dedica al poder una de las distinciones más asimétricas que existen: Las personas más poderosas del mundo y la mujeres más poderosas del mundo.

Desiguales pero encontradas como en esquina roja y esquina azul de un cuadrilátero de boxing y, como no, con el único manifiesto de los miles de millones de dólares que gestionan o poseen los cincuenta primeros de cada lista.

 “The World`s Powerful People” & “The World`s Powerful Woman”

En la lista genérica de quienes encarnan “el poder según Forbes”, ¡alarma!, solo dos mujeres transpiran entre la variedad internacional de bustos parlantes masculinos. La pauta continua hasta el podio treinta del elenco. La percepción es que la condescendencia propicia la visibilidad de “mujeres poderosas”. Y ese factor, intrascendente -ese detalle banal- es atribuible a un sistema aceptado de pensamiento: la capacidad de la mujer frente al poder es cuestionada hasta por las intentonas de tratamiento en “igualdad”.

La revista impresa tiene otros peligros añadidos: comparativas de personas influyentes, empresas de éxito, cuentas de resultados por encima de nuestras capacidades de interpretación y un sin número de comparaciones carentes de realidad contextual. La hojeas y terminas embarrándote del componente más obvio de su tinta: la testosterona.

Es más, la publicación emite a los suscriptores un mensaje subliminal “cuando termines chúpate los dedos”.

 Chupando los dedos del poder.

Poco sabemos de la naturaleza humana si creemos que las teorías dominantes sobre el poder no sirven a unas élites masculinas organizadas. Los fundamentos y los detalles – revistas que dejan entrever un hombro aquí… unos labios rojos allá, que cuentan los feminicidios desde el punto de vista policial; las frase inacabadas, el ninguneo, las horribles y necesarias cuotas para abrumar a las sociedades con cifras alentadoras, etc – llegan a justificar el comportamiento nocivo que sustenta al poder y sus históricos “pactos entre caballeros” que tornan opaco el desempeño de la mujer en el espacio público.

Lo terrible es que este comportamiento masivo ni siquiera parte de una convicción. Proviene de la percepción y de la cierta inercia conformista. El discernimiento entre el conjunto de discriminaciones legales padecidas por la mujeres a lo largo de la historia contemporánea y los actuales modelos de organización jerarquizados confluyen en una modalidad reaccionaria de otorgamiento de poder por decretazo. Cierta lucidez paliativa para calmar los ánimos sociales y aportar a esa “costilla de adán” un trozo de pradera. Más de lo mismo.

En términos de universalidad, las Constituciones que rigieron el carácter moral de las sociedades occidentales hasta bien entrado el siglo veinte obviaron sin ambages al cincuenta por ciento de la población representado en sus hijas, hermanas y esposas. Así quedó incrustada la desigualdad en la historia y perpetuada en el subconsciente colectivo. El estilo ambiguo de este momento en el que si la legislación no menciona un trato especial, distintivo, diferencial para mejorar la representatividad por clasificación de sexos, estamos cargándonos la ley y la convivencia, acentúa la percepción de que la mujer sigue necesitando protección frente a los poderes fácticos.

Aunque la herramienta más habitual de ese dominio soterrado – pero tangible – sean las constituciones y los decretazos, los medios de comunicación abren las puertas a un caballo de Troya hecho a medida para inocular teorías morales y políticas sobre la “feminización” del poder. Es un acto de magia, un paliativo ilusorio que se vende bien elaborado y listo para consumir sin poner un gramo de neurona en ello.

A qué nos lleva esto ¿Al sex blind? ¿A la neutralidad total por razón de sexo? ¿A esos planteamientos sospechosos que la discriminación positiva suscita?. No, simplemente podemos pensar que los poderes fácticos poseen ciclos de autoprotección que los perpetúan mediante herramientas históricas con capacidad de aparente evolución frente a los poderes lineales (movimientos feministas, luchas por la igualdad de género, protestas sociales,…) que se movilizan puntualmente para lograr objetivos concretos.mariam2 En todo caso, es necesario trastocar ambas categorías. El ciclo de poder debe ser reiniciado desde sus orígenes. Y, en ese renacimiento, simplemente seríamos personas conviviendo en sociedades cuyo trato sea en igualdad universal y sin distinciones. En otras palabras, podríamos imaginar, como ejercicio social, la posibilidad de dejar atrás todos esos parches que colocan a las mujeres en situaciones proteccionistas y otorgarles la prerrogativa de la percepción inequívoca de un ser social con todos los poderes y sin distinción genérica.

Si el sistema de educación actual y las leyes que rigen las sociedades dieran por sentado que las personas parten de los mismos derechos fundamentales, la percepción masculina del poder se quedaría sin argumentos. Todos los conceptos reaccionarios y literalmente discriminatorios habrían quedado aplastados por una realidad distinta que en esto momentos solo se ejerce como poder lineal, cuando debería ser un poder cíclico, inherente a la normalización social.

Las realidades sociales, sin embargo, en un momento y contexto en que el poder se relaciona con valores correlativos a la moral y al bien común, insisten en situar a las mujeres en un podio de condescendencia rodeado de desventajas que deben ser paliadas por leyes obsoletas y normativas de trazo urgente y electoralista. Esa percepción es irradiada de desde los medios en forma de noticias, de elección de mensajes y de cómo y quienes lo comunican.

Y los medios…

Los medios de comunicación, ahora multiplicados en todos los estratos y rincones de nuestras vidas, continúan erre que erre. Nos cuentan: “las mujeres están cada vez más integradas a la vida política” en un titular, y en paralelo se regodean en el relato de que aquí, en España, tenemos una reina cuyas inquietudes e inteligencia superaron su condición de busto parlante durante su etapa profesional y que ahora debe amoldarse a los estereotipos de una corona instituida por leyes antiquísimas. Los vestidos que usa en las galas supuran tinta para varios días y sus discursos quedan reducidos a anécdotas.

Aún en las sociedades más avanzadas, el poder de decisión de las mujeres dentro de sus estructuras políticas es exiguo en comparación con el patrón masculino omnipresente. Esa circunstancia cíclica caracteriza también a las estructuras mediáticas de poder. parrafo_marian  De hecho, el modo en que la mujer es representada en los medios no es consecuencia directa de ideologías, rasgos idiosincráticos o de estructuras políticas vinculadas a revistas, periódicos, televisiones o medios on line; sino que es inherente a la “inercia de percepción” alimentada deliberadamente para facilitar el status quo de dominación masculina. Pero esa no es la amenaza real de la instrumentalización del poder en los medios en aras del poder real. El peligro permanece agazapado en esos contenidos soft cuyo intento por equilibrar el mensaje poniendo al otro lado de la balanza a cientos de mujeres en posiciones estratégicas subordinadas a la cúspide, termina en burda representación.

En la mayoría de circunstancias las mujeres en posición de liderazgo se sienten obligadas a demostrar continuamente sus habilidades ante sus iguales hombres. En primer lugar deben vencer el gran obstáculo de la percepción con que los propios medios bombardean a la sociedad en su conjunto. En segundo lugar, la apariencia de un ciclo de lucidez profesional más corto antecede a los prejuicios sobre su desempeño como madre, como esposa o, incluso, como hija.

En un contexto internacional en el que la capacidad directiva de las mujeres es una realidad perfectamente demostrada, solo un poco más del seis por ciento desempeña las funciones más altas del estado. [1] Es un cifra crítica que traspasa el tamiz de los medios para convertirse en el perfume empalagoso de la realidad contada desde una posición de poder.

Igual que las tipologías de poder cíclico y poder lineal debe ser subvertidas desde todas nuestras realidades posibles – sin ir tan lejos, como lo hace Inquire Project – los contenidos que bifurcan la representación de la mujer en el poder, cambiarán cuando en las cúspides decisorias haya una representación simétrica.

El Poder por ahora es una percepción que nos venden por una moneda equivalente a leyes reductoras. No es más que un esmoquin colgado de algún clavo cerca de la puerta para que, por asociación conceptual, nos pongamos el traje de princesa. También es posible que al retirar el clavo, lo dejemos empapado de progesterona.

[1] Jefas de estado (9/152=5,9%) y jefas de gobierno (15/193=7,8) Fuente: informe de la ONU-Mujeres, mujeres en la Política, 2014.

 Ilustración de Ana Fernández


 Publicado por Mariam Núñez Más [Sin ser feminista, sin ser poderosa]

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