Las mujeres en los medios: ¡que no nos representan!
Se acerca Nochevieja y yo no puedo dejar de preguntarme con optimismo qué nos traerá 2016. Y es que algo está pasando, algo se está moviendo, algo está cambiando, lenta y profundamente, cuando el 1 de enero pasado nos levantamos con un intenso debate sobre el vestido que lucía Cristina Pedroche en las campanadas de laSexta, un debate que se prolongó durante semanas y que barrió las redes sociales, generando más de 36.000 tuits en siete días. También llevó a la presentadora a tener que explicarse, a justificarse, a defender la elección del dichoso vestido y su libertad a vestirlo. En otro tiempo, los comentarios se hubieran repartido entre los que pensaban que iba guapa y los que no, pero algo está pasando, y este 2015 nos pilló casi por sorpresa con un debate mucho más profundo e interesante: la imagen femenina en los medios.
El vestido de Pedroche, no sólo mostraba sus bragas, nos enseñó también que cada vez hay más personas preguntándose acerca de este sistema patriarcal en el que estamos inmersas, este juego en el que la mujer es todavía un objeto sexual que puede ser explotado con fines comerciales. El problema no era el vestido de Pedroche, el debate giraba en torno a esta pregunta: ¿podía haber ido vestida de otra manera?
No, se alegaba desde algunos frentes, la cadena le obligó a vestirse así para ganar audiencia, si no era ella la que posaba medio desnuda ante las cámaras sería otra, lo que importa es ver carne. Carne de mujer. Porque igual que su compañero Frank Blanco iba bien tapado, en La 1 Ramón García se cubría con una capa mientras Anne Igartiburu se pasmaba de frío con su palabra de honor. No se trataba del vestido de Cristina Pedroche, se trataba de la imagen que los medios proyectan de las mujeres, de la paupérrima imagen que los medios proyectan cada día. Y aunque Pedroche defendiera que fue ella la que eligió el vestido, aunque insistiese en que “no matéis a la cadena ni a la estilista… el vestido lo elegí yo y estoy feliz y orgullosa de poder lucirlo“, aunque efectivamente fuese idea suya y nadie más tuviese nada que ver con la elección, dejó cierto tufillo. La pregunta ya estaba planteada y nada podía hacerse para evitarla, las redes sociales bullían con opiniones a favor y en contra del indiscreto vestido, pero en todas latía la misma cuestión: la imagen de la mujer en los medios.
Hasta ahora nos hemos estado dejando llevar por la corriente y la tradición cultural que lleva siglos (o milenios) objetualizando el cuerpo de las mujeres, pero la realidad y la sociedad se imponen a la tradición y nos están dando un toque de atención. La igualdad ya no trata sólo de poder votar, conducir o trabajar. Las mujeres queremos tener exactamente los mismos derechos que los hombres, que nos paguen lo mismo por el mismo trabajo, que no se nos borre de la foto [1], que se nos tenga en cuenta, que no se cuestione nuestra capacidad para tener hijos y trabajar, que tener hijos no sea nuestra misión esencial en la vida, que podamos compartir espacios desde los que hablar y ser escuchadas con atención. Y para que se nos escuche necesitamos que en los medios de comunicación tengamos voz.
Y es que, según el estudio Representación de Género en Radio y Televisión [2] del IORTV sólo 21% de las personas mencionadas en los informativos eran mujeres, a pesar de representar el 51% de la población. El porcentaje de mujeres entrevistadas era el 26,4%. De casi el 50% de las mujeres que hablaron en los informativos, no se conocía su profesión (ni, en muchos casos, su nombre y apellidos). En cambio, sólo fueron el 8,7% los hombres de profesión no declarada.
En los medios a los hombres se les trata como individuos, mientras que la tendencia con las mujeres es referirse de manera genérica. A los hombres por el apellido, a las mujeres por el nombre. Ellos hacen mientras que ellas son; los hombres por sí mismos, las mujeres en función de ellos. Los hombres como el todo, la cultura, el individuo… Las mujeres como parte, la naturaleza, el género. Pero no es necesario retroceder hasta 2005 para comprobarlo, los datos de los últimos años no arrojan cifras muy diferentes. Según el último informe de GMMP (Global Media Monitoring Project) en España sólo el 28% de las personas que aparecen en los programas informativos son mujeres, en el 43% de las ocasiones lo hacen como opinión popular, como “vecinas”, mientras que sólo el 9% lo hacen como expertas.
Da igual donde mires, prensa, radio, televisión, España, Europa, Mundo,… El dato siempre gira en torno al 25%. Y esto es algo que no podemos aceptar sin más, no podemos mirar hacia otro lado, no podemos seguir haciéndonos las locas/os. Y sobre todo, no podemos aceptar que la igualdad real sea un elemento de lujo y postergarla a cuando las cosas vayan bien. Porque para que exista igualdad la mitad masculina de la población tiene que empezar a renunciar a sus privilegios, la igualdad teórica no es suficiente. Es duro, sí, pero ha llegado el momento de pasar a la acción, aprovechando la inercia que nos trajo 2015, hagamos que 2016 sea el momento.
No hay que olvidar la enorme responsabilidad que tienen los medios como agente socializador, son el espejo en el que se mira la sociedad y nos devuelve una imagen distorsionada de la misma. No es verdad que no haya doctoras, abogadas o economistas, pero cuando lees un periódico o ves las noticias en la televisión así lo parece. Los medios de comunicación tienen mucho trabajo por hacer en esta materia, desde a quién se le da voz (25% mujeres, 75% hombres) y de qué manera (no decimos Mariano, sino Rajoy; no decimos Santamaría sino Soraya) a los temas que se tratan y cómo se enfocan. Los temas que afectan directamente a las mujeres están considerados “temas blandos” relegados al final del informativo, altamente susceptibles de ser eliminados. Los periodistas forman parte del sistema capitalista, profundamente patriarcal, y lo que importa son los señores trajeados que toman decisiones; las mujeres sólo “vendemos” si aparecemos desnudas, como objetos pasivos, parece que a los medios no les interesamos como sujetas activas.
Ya en 2014 el feminismo empezó a ocupar el espacio público, multitud de mujeres aprovecharon su altavoz mediático para declararse feministas. Lo anticipaba Cate Blanchet al recoger su Oscar, pero no fue hasta que Tavi Gevinson entrevistó a Miley Cyrus para Elle USA donde ambas convinieron que “el feminismo no es odiar a los hombres, es creer en la igualdad” cuando la prensa de todo el mundo abrió el debate y pusieron la palabra feminismo sobre la mesa. También Beyoncé o Taylor Swift se declararon orgullosas feministas, mientras la cómica Bonnie McFarlane se preguntaba si es cierto que Women are´t funny en un documental estrenado ese mismo año y Emma Watson daba la vuelta al globo con su discurso en la ONU donde aseguraba que “he descubierto que mientras más hablo de feminismo, más me doy cuenta de que luchar por los derechos de las mujeres es para muchos sinónimo de odiar a los hombres. Si de algo estoy segura es de que esto tiene que acabar. Feminismo, por definición, es creer que tanto hombres como mujeres deben tener iguales derechos y oportunidades”. Desde entonces, mujeres de todo el mundo, de las artes, la moda, los negocios, una tras otra, han ido poniendo el feminismo sobre la mesa.
Inolvidable resulta la imagen de Meryl Streep jaleando a Patricia Arquette mientras reclamaba igualdad salarial en los Oscar de este año 2015. La misma Meryl Streep que unos meses más tarde, en junio, escribió una carta a cada congresista de Estados Unidos pidiéndoles que se pusieran manos a la obra con el tema de la igualdad, que según considera “no es solo una cuestión sobre los derechos de la mujer“. Tendrá un beneficio significativo para toda la humanidad”. La misma Meryl Streep que unos meses antes, en abril, fundaba el Writers Lab, una plataforma de apoyo y difusión para mujeres guionistas de más de 40 años. La misma Meryl Streep que junto a Lady Gaga, Beyoncé y otras 33 conocidas mujeres escribieron a Angela Merkel para instarle a adoptar medidas de igualdad.

No se trata sólo de que el feminismo esté de moda, o la lucha por la igualdad en los medios de comunicación ocupe espacios de debate, es que además es obligatoria. La Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres en su artículo 41º considera ilícita la publicidad que comporte conducta discriminatoria. Y la Ley 7/2010, de 31 de marzo, General de la Comunicación Audiovisual establece en el artículo 4.2. que “la comunicación audiovisual nunca podrá incitar al odio o a la discriminación por razón de género o cualquier circunstancia personal o social y debe ser respetuosa con la dignidad humana y los valores constitucionales, con especial atención a la erradicación de conductas favorecedoras de situaciones de desigualdad de las mujeres“. Así como en su artículo 18.1. añade que “está prohibida toda comunicación comercial que vulnere la dignidad humana o fomente la discriminación por razón de sexo, raza u origen étnico, nacionalidad, religión o creencia, discapacidad, edad u orientación sexual. Igualmente está prohibida toda publicidad que utilice la imagen de la mujer con carácter vejatorio o discriminatorio”.
Porque como recoge Alexander Ceciliasson en su Carta abierta a los hombres (feministas) [3]: “en algunos países los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Sin embargo las posibilidades distan un abismo. Las mujeres no tienen la misma posibilidad de moverse con seguridad en el espacio público, de conseguir puestos ejecutivos en las empresas o cátedras en las universidades, etc. Tener derechos no significa nada si esos derechos no se convierten en posibilidades.” Pero, ¿por qué no se materializan esos derechos? ¿qué es lo que está pasando? ¿qué lo impide?
Los estereotipos, la creencia de que las mujeres están menos capacitadas, que van a dejar su carrera en aras de la maternidad, que van a volverse locas una vez al mes, que son impredecibles, que no saben contener sus emociones. Se espera de una mujer que sea emotiva, cariñosa, débil, comprensiva, obediente, dependiente, paciente y sensible a las necesidades de las demás personas y “que llore”, mientras que un hombre debe ser fuerte, revoltoso, competitivo, valiente, poco sensible, dominante y “que no llore”; o sea, que no exprese emociones de debilidad, pero sí las de enfado, cólera e ira. Con estos atributos, es fácil pensar que el hombre está más preparado para ocupar puestos de poder, él da las órdenes y ella las obedece. Pero la realidad es diferente, hay hombres sensibles, mujeres dominantes, hombres comprensivos, mujeres competitivas, hay tantos tipos como personas, solo que esas son las características que espera y premia la sociedad. Los estereotipos vinculados al género están tan integrados en nuestra mente que muchas veces no los vemos como tal, nos parecen aceptables e incluso acertados. Al relegar a las mujeres a los ámbitos de las emociones o el cuidado del hogar, la esfera privada, los hombres tienen que ocupar la esfera pública.
El primer paso para poner fin a los estereotipos está en reconocerlos y criticarlos. El siguiente paso es abandonar la costumbre de usarlos, para ello hay que entender que el género es un constructo. El Consejo de Europa define género como “los papeles, comportamientos, actividades y atribuciones socialmente construidos que una sociedad concreta considera propios de mujeres o de hombres“. [4]
Y ahí está la clave, atribuciones socialmente construidas que una sociedad considera propias de uno u otro género. Construidas. Consideradas. El estereotipo es la opinión ya hecha que se impone como un cliché a los miembros de una comunidad. No son características naturales propias de una persona; los estereotipos dictan cómo una persona debería ser basándose en lo que interesa a la sociedad, en vez de basarse en la potencialidad de la propia persona. Se premia la actitud que “encaja con su género” y se castiga la contraria, las niñas crecemos con el “calladita más bonita” como mantea. Transformar esos estereotipos es fundamental para acabar con el sexismo. Acabar con el sexismo es primordial para acabar con la desigualdad.
Esta transformación pasa también por el lenguaje, el lenguaje es la primera y más potente construcción cultural, es una herramienta más al servicio de la desigualdad. El lenguaje refleja el sistema de pensamiento colectivo y con él se transmite una gran parte de la forma de pensar, sentir y actuar de cada sociedad. El lenguaje moldeado por la realidad, moldea a su vez dicha realidad. El lenguaje determina una manera de ver la sociedad, y la propia sociedad moldea hábitos culturales de generación en generación. Además, es la materia prima con la que trabajamos en los medios de comunicación. ¿Cómo usamos el lenguaje? ¿Nos valemos de estereotipos? ¿Los perpetuamos? ¿Qué mensaje estamos lanzando? ¿Qué mensaje queremos lanzar? ¿Qué tipo de sociedad queremos construir?
¿Qué tipo de sociedad queremos construir? Porque los medios de comunicación, y otros canales culturales, son los encargados de definir la sociedad en la que vivimos, tienen el don de la palabra y de la imagen, actúan como espejo, son el referente donde la sociedad se mira para saber cómo es. Solo que la imagen que nos devuelve este espejo no es un reflejo fiel, no representa a toda la sociedad, es una visión muy sesgada, muy concreta, solo una parte del espectro, porque la imagen que nos devuelve este espejo no representa a las mujeres. Bueno, las representa siempre al servicio de los hombres y en una proporción (21%) que no se corresponde con la realidad (51%). Definir una nueva sociedad evolucionada e igualitaria parece un reto interesante al que enfrentarse.
Si atendemos a la reglas básicas del periodismo que dicen que las noticias deben ser objetivas y veraces, lo cierto es que esta representación de la sociedad que se hace desde los medios no es ni veraz ni objetiva. Según la Declaración de Principios de la Federación Internacional de Periodistas [5], en su artículo 7 dice: “el/periodista cuidará los riesgos de una discriminación propagada por los medios de comunicación y hará lo posible para evitar que se facilite tal discriminación, fundamentada especialmente por la raza, el sexo, la moral sexual, la lengua, la religión, las opiniones políticas y demás, así como el origen nacional o social”.
Por esto, la representación de las mujeres en los medios debería ser una preocupación para todas/os, aunque sólo sea por hacer mejor el periodismo. Por eso, se acerca Nochevieja y yo miro al futuro con optimismo mientras me pregunto ¿cómo despertaremos este próximo 1 de enero?
[1] HaMevaser, 11 de enero de 2015.
[2] López, Pilar. 2005. Representación de Género en Radio y Televisión.
[3] Ceciliasson, Alexander. 2014. Pikara Magazine. Carta abierta a los hombres (feministas).
[4] Council of Europe Treaty Series n210. 2011. Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, Artículo 3.
[5] Federación Internacional de Periodistas, Status of Journalist and Journalism Ethics IFJ Principles.
Publicado por Marta Serrano [Intentando cambiar el mundo desde 1986]












Muy buen artículo. Gracias.
Muchas gracias, Laura